El valor del tiempo docente
- Profe en Bici

- 5 ene 2018
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Es cierto, lo prometí hace un tiempo. Y si, es siempre la misma excusa: la falta de tiempo. Por eso, para cumplir con la promesa y de paso, hablar sobre el tiempo que nos falta a los docentes, es que quiero escribir sobre todas las prácticas que en los períodos de acompañamiento y evaluación de diciembre y febrero, no hacen más que atentar contra el valor del tiempo de los docentes, y por lo tanto, contra nuestra profesión. Ahora que he comenzado mis vacaciones, y que tiempo es lo que sobra por unas semanas, a ello me dedico.
Si hay algo que los ciclista urbanos aprendemos a valorar mientras recorremos la ciudad sobre nuestros velocípedos, es el tiempo. Es mentira eso de que andamos lento; o al menos es mentira si pensamos a nuestra velocidad en sentido relativo, pues nuestra capacidad para evitar embotellamientos, sortear obstáculos como calles cerradas, manifestaciones, accidentes, etc. hace que nuestras bicis sean mucho más rápidas que cualquier auto.
Y los docentes también valoramos nuestro tiempo, porque sabemos que aquel que dedicamos a corregir, a planificar, a proyectar, a preparar nuestras clases, a viajar de un colegio a otro, etc. no es reconocido en el salario; en otras palabras, es como si en todo ese tiempo no hubiésemos trabajado.
Pero a esas prácticas, que son denominador común de todo el ciclo lectivo, hay que sumarles algunas otras, que son propias de los períodos de acompañamiento y evaluación en los períodos de diciembre y febrero, y que dependiendo de las luces que los directivos tengan al respecto, puede ser más o menos humillante para nuestra tarea. Desarrollemos un poco estas ideas...
Aquellos que aún recuerdan su paso por la escuela secundaria tendrán presente en mayor o menor medida, la amenaza, cuando no el hecho, de llevarse materias a diciembre o a marzo. Aquellas asignaturas que no se habían aprobado con la calificación mínima, debían recuperarse con posterioridad a la culminación del ciclo lectivo ordinario. Hoy las cosas siguen siendo similares, aunque a mi entender, aún más sencillas para el alumno. Aquel que no ha alcanzado los saberes mínimos, debe rendir dichos contenidos en un período que, según la normativa, se presenta como la continuación del ciclo ordinario. Y particularmente, esto tiene serias implicancias para la tarea docente: los contenidos de los alumnos que adeudan, casi nunca son los mismos, por lo que hay que preparar clases personalizadas, para cada uno, en el tiempo semanal de clase que se tuvo durante el año; el alumno debe cumplir con un 75% de asistencia, pero también puede elegir no asistir y rendir libre dicha asignatura; el docente en cambio, no puede faltar, y si lo hace, deberá recuperar el día perdido en algún otro momento. El alumno puede rendir un contenido todas las veces que quiera (o al menos así se ha interpretado la norma), y el docente está obligado a evaluarlo todas las veces que el alumno así lo solicite. Y lo que a mi más me indigna: suponiendo que el docente ha hecho un excelente trabajo y ha logrado que todos sus alumnos promuevan la asignatura, deberá igual concurrir a cumplir su horario. Y es en este punto donde quiero detenerme, pues a raíz de ello, he tenido algunas charlas interesantes con colegas en las últimas semanas de clase que quisiera compartirles y extraer un par de conclusiones.
La primer charla fue con una profesora de Contabilidad. Ella, como dije recién, hizo un excelente trabajo; en uno de sus cursos, todos los alumnos habían logrado promover la asignatura. Un poco ofuscada, y con razón, me comentó en la sala de profesores, que los directivos le habían pedido que fuera a cumplir su horario. Así que ahí estaba ella, perdiendo el tiempo, ese que durante todo el año, en las tareas que enumeré más arriba, tampoco es reconocido por nadie. Mi respuesta o consejo ante su frustración fue que se consiguiera una planta, le pusiera un cartel con su nombre, la dejara en sala de profesores y se fuera a hacer algo más interesante. Creo que es lo que yo hubiera hecho en su lugar, pues entiendo que "cumplir horario" es una categoría del pasado, que en ciertos sectores que no cuestionan el statu quo, aún puede funcionar, pero que en el ámbito docente es inadmisible.
Alguno estará pensando que si ese tiempo es pagado, es nuestra obligación cumplirlo. Y eso fue justamente lo que me dijo el otro colega, preceptor en el colegio donde trabajo como Director de estudios. Su argumento era que si los profesores se anoticiaban de que aquellos que no tenían alumnos en diciembre y febrero podían no asistir al colegio, todos aprobarían a la totalidad de sus alumnos durante el año. Y eso para mí tiene al menos tres puntos flacos: el primero tiene que ver con la ética laboral, pues aquel docente que asume su tarea de ese modo, no es un docente que quisiera tener en mi equipo; el segundo punto es que su conclusión es una suposición, que no se sostiene en números concretos; el tercero, y más importante de todos, es que obligar a los docentes a asistir sin una tarea específica, y por lo tanto sin un sentido, atenta contra la profesión, pues es otro modo de decirle "yo se que no vas a hacer nada en tu puesto de trabajo, yo se que estarás perdiendo el tiempo, yo se que no vas a explotar tus capacidades ni vas a poner en juego tu saber, yo se que tu presencia como profesor acá es exactamente igual que la de una planta con tu nombre, pero así y todo, quiero que vengas". Y al menos yo estoy cansado que un profesor sea sinónimo de todas esas cosas, porque en el momento de defender mi salario, creo que debo hacerlo desde el valor de mi tarea. Un docente no puede ser prescindible, pues su tarea como educador no puede reemplazarse tan fácilmente, y si lo fuera creo que deberíamos revisar las circunstancias y no las cualidades profesionales, porque seguramente allí están los motivos.
Por lo tanto, creo que el salario no viene a pagar el tiempo, sino lo que el docente hace en ese tiempo. Y si lo que hace está excelentemente hecho, ¿qué mejor que agradecerle con su tiempo?

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