ÉTICA Y LEYES DE TRÁNSITO
- Profe en Bici

- 26 jun 2017
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La comunidad ciclista de mi ciudad viene sufriendo unas semanas un tanto convulsivas por parte de ciertos políticos que por un lado no saben qué hacer y por otro lado no saben, a secas. Y con esa combinación explosiva han decidido incursionar en el ámbito ciclista, proponiendo cosas como prohibir la circulación de bicicletas por las avenidas, o limitando la velocidad de circulación de éstas por las ciclovías a 25 km/h.
En el caso de la primera propuesta, el argumento que sostiene el funcionario que presentó el proyecto de ley, tiene que ver, según él, con la protección del ciclista, que debe compartir la calzada con otros vehículos que circulan a una velocidad comparativamente muy superior; a este buen hombre, que por otra parte es un antiguo conductor de taxis, no se le cayó la idea de limitar la velocidad máxima de los automóviles para proteger a los ciclistas; en cambio, prefirió apuntarle con su propuesta, a las bicis.
A quién si le ocurrió esto del límite de velocidad, fue a otro cráneo de la política, pero ¡oh casualidad!, también era un propuesta que le apuntaba a las bicicletas. Hay que tener una organización psicofísica muy elemental como para que se te ocurra limitar la velocidad de circulación de las bicis en las ciclovías, cuando a dos pasos de ella los autos siguen circulando a 45 km/h o más.
En este contexto de políticos muy limitados, y automovilistas que no sorprenden por su genio tampoco, los que elegimos movernos de una manera más inteligente, tenemos que seguir pagando los platos rotos, y con "platos rotos" me refiero a accidentes del tipo que relaté en el post anterior.
Y cada vez que surgen cuestiones que hacen a la ley que regula la convivencia en las calles, por no hablar de la ley en general, se me disparan los siguientes pensamientos...
En primer lugar, creo que la ley busca ser un reflejo de lo que una comunidad considera normal, o en el mejor de los casos, una buena conducta. Por el lado de su negativa, condena lo que no considera normal, y por lo tanto, malo. De aquí surgen algunas ideas más: no hay prácticamente nada de natural en el ser humano, pues sobre su naturaleza ha construido un edificio cultural inmenso, dejando en sumamente restringido a porciones muy pequeñas de su existencia "lo natural". Por tanto, si prácticamente todo es "normal", es importante alertar al lector distraído de que hacer una comparación ética (y no patética) de dos culturas es, al menos, absurdo.
En segundo lugar, y siguiendo la linea argumentativa de mi posición, creo que el intento que hace una cultura de reflejar en la ley lo que considera normal, es justamente eso: un intento. Y en mayor o menor medida, en todas las cultura, ese intento puede estar más cerca o más lejos de conseguir su objetivo, pero siempre privado de conseguirlo. Por tanto, y para "ser humanos" que crecen en calidad, es importante no perder de vista el horizonte, o lo que, por ser hijos de una cultura, y más allá de la conveniencia individual, consideramos "bueno". Ilustro con un ejemplo: en la esquina de Ciudad de la Paz y Santos Dumont, unos 30 metros antes de comenzar a subir el paso a nivel, hay una esquina, y en la esquina hay un semáforo. Todas las mañanas, antes de ir a trabajar paso por allí, y no siempre tengo la suerte de encontrármelo en verde. Lo cierto es que circulando por la derecha de la calzada, como la calle que corta se termina en las vías del tren en unos pocos metros, bajando la velocidad y prestando la suficiente atención como para no joderle la vida a nadie, es posible fácilmente cruzar sin tener la autorización de la ley. Y de hecho, para el ciclista que no quiere joderle la vida a los autos innecesariamente, es mejor que lo agarre el semáforo, porque da tiempo a subir el puente y bajarlo (que por cierto es muy angosto, incluso para un auto), antes de que el semáforo habilite el paso.
Algo parecido sucede cuando con mi esposa me toca jugar el rol de peatón, y por cruzar por la mitad de la calle en lugar de hacerlo por la senda peatonal, recibo un reto y una llamada de atención de su parte. Mi argumento, aunque menos filosófico suele ser el haber prestado suficiente atención y haberme asegurado de no joderle la vida a nadie: nadie tuvo que reducir su velocidad, o esquivarme, o putearme, o incomodarse por mi comportamiento. Cosa que por otro lado me irrita muchísimo, cuando estando del otro lado, alguien en flagrante infracción me discute su accionar y quiere hacerme culpable de su error.
Si alguien me preguntara entonces si montado en una bicicleta debiera cumplir las leyes de tránsito, mi respuesta sería "Si". Y como debe estar esperando el lector, hay un "pero", y tiene que ver con poner la mirada en el "bien". Las bicis han incorporado un nuevo factor en la fórmula con la que, como sociedad porteña al menos, estamos acostumbrados a calcular el tránsito. Hasta hace unos años, el peatón estaba en clara desventaja frente a los autos, y habíamos aceptado el modelo, tanto unos como otros, según el cual el pobre hombre de a pie, debía permanecer en la vereda, a riesgo de perder la vida si osaba poner un pie en la calzada, aunque le correspondiera (todavía hoy seguimos educando al automovilista, avisándole que al doblar en una esquina tiene paso el peatón). Pero las bicis, con un poder algo superior al peatón, vinieron a reclamar su espacio y demandaron otras normas para convivir en las calles. Y si normas mienta a "normalidad", debiéramos concluir que ellas vinieron a proponer otra cultura.
Y en ese sentido, soy de los que creen que en esa cultura, aplicarle a la bici las leyes del automotor, es algo ridículo. Por ello, y haciendo pie en mi veta anarquista, no me queda otra que reírme de los proyectos del ley instalados en el discurso político de estas semanas. Seguiré circulando por las avenidas que circulo; seguiré sin mirar el velocímetro de mi bici (que por cierto no tengo) mientras circule por las ciclovías, y seguiré fomentando esta nueva cultura, subido a mi bicicleta y a puro pedal, para que un día cualquier actor, sea automovilista, ciclista o peatón, vea como normal, y como bueno, subirse al sillín, aún a costa de no detenerse en un semáforo en rojo.

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