EL EMPODERAMIENTO DE LOS CIUDADANOS Y EL FIN DEL ESTADO COMO LO CONOCEMOS
- Profe en Bici

- 22 jun 2017
- 5 Min. de lectura
Te contaba por ahí que entre los planes para estas vacaciones me había propuesto bajar unos kilos para llegar con un peso más sano y más atractivo a mi casamiento. Y como soy un obsesivo que no da puntada sin hilo, me puse a investigar sobre buenos hábitos para alcanzar un peso saludable. Como la mayoría sabrá, los mismos se sostienen en dos pilares fundamentales: una buena alimentación y mayor actividad física.
Y en esta aventura encontré una analogía con lo que sucede en las calles de todo el mundo entre la industria automotriz y las bicicletas. Obviamente esto multiplicó el funcionamiento de mis neuronas y aquí van mis reflexiones. Volveré con esta analogía hacia el final, ya que primero quisiera ilustrar este punto partiendo desde la industria alimentaria.
Si volvemos a los dos pilares que señalé al principio, podríamos hacernos dos preguntas: ¿qué es eso de llevar una buena alimentación? y ¿qué implica realizar mayor actividad física? Después de recopilar mucha información y leer muchos artículos al respecto caí en la cuenta de que ya tenía ambas respuestas, incluso antes del primer dato recabado. Y también lo tenés vos... Voy a ejemplificarlo, comenzando por lo que significa una buena alimentación:
Si tuvieras que elegir entre un chocolate con maní, de esos tan ricos que venden en cualquier kiosco, o una fruta, ¿cuál dirías vos que es la golosina más saludable? Si tuvieras que elegir entre un combo agrandado de alguna famosa cadena de hamburguesas y un pollo a la plancha con ensalada, ¿cuál señalarías como la opción saludable? Si tuvieras que elegir cenar hasta el micrón anterior a la explosión de estómago o irte a la cama luego de una comida liviana, ¿cuál de estas opciones te parecería la correcta? Claro que podríamos hilar más fino y preguntarnos cuántos huevos por semana son recomendables ingerir, y nos encontraríamos con opiniones diversas, incluso dentro de la comunidad científica. Pero llevar una alimentación saludable es posible si fuésemos capaces de decidir correctamente lo que podemos y estamos capacitados para decidir; lo pongo en potencial por lo que expondré más adelante.
Más difícil es determinar cuándo hemos abandonado el sedentarismo y nos hemos convertido en personas moderadamente activas. Algunos aconsejan ser capaces de dar 10000 pasos o realizar actividad física a intensidad moderada por 30 minutos, cada día; algo así como recorrer unos 8 kilómetros a pie. Hoy contamos con dispositivos que nos ayudan a determinar nuestra actividad, y casi todos llevamos uno en el bolsillo, aunque no sepamos que cuenta con esa función. Pero no hay dudas que si nos levantamos a buscar el helado que quedó ayer en el freezer, para comer mientras vemos nuestra serie favorita tirados en el sillón, no será suficiente la distancia entre nuestro lugar de reposo y la heladera para considerarnos personas activas.
¿Por qué entonces es tan difícil llevar una vida saludable y no sufrir de sobrepeso u obesidad? Y para los que crean que no es difícil, los invito a preguntarles a cualquiera de los que conformaban en 2014 el 39% de la población mundial mayor de 18 años con esta enfermedad, o a los 41 millones de niños que para esa fecha tenían la misma patología (http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs311/es/). Hoy, tres años después, no podríamos esperar que estas cifras sean más favorables si tenemos en cuenta la tendencia.
Entonces podríamos preguntarnos: ¿no es el Estado quien debería cuidarnos? ¿por qué no cumple con su función en este sentido? Y en todo caso, si nuestra preocupación fuera puramente económica, también podríamos preguntarnos ¿no es acaso, por las patologías que la obesidad y el sedentarismo trae aparejados (entiéndase diabetes, enfermedades cardiovasculares, enfermedades neurológicas, etc.) más rentable para el Estado cubrir gastos de salud preventivos, en lugar de gastar para curar a una sociedad ya enferma? ¿Qué intereses perversos están en juego para que el Estado no cumpla con su función?
Y sin tener que buscar minuciosamente, la respuesta aparece rápidamente cuando uno conoce las luchas legales que surgen en los distintos países del mundo. La responsable, y obviamente por intereses económicos, es la industria alimentaria. Con sus estrategias publicitarias y sus sustancias adictivas nos incita a consumir lo que sabemos que no es sano (los invito a darse una vuelta por estas imágenes: http://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2016/12/22/articulo/1482431094_265029.html). Esto sumado a un estilo de vida cada vez más cómodo, termina de completar el combo (casi literalmente). ¿Cómo es posible que para entender la información nutricional de las etiquetas de los productos que consumimos haya que hacer un master en nutrición? ¿Cómo es posible que en todo el mundo las regulaciones legales a la industria alimentaria sean tan difíciles de implementar?
Alguno habrá podido intuir entonces la analogía con la industria automotriz y el activismo ciclista que va creciendo en todo el mundo, incluso a costa de un Estado que siempre llega tarde o que ni siquiera está a la altura de los tiempos para regular como corresponde y cuidar a sus ciudadanos. Nos siguen vendiendo la comodidad y el status social con un auto que no puede transportarnos por la congestión vehicular, y aunque lo sabemos perfectamente, elegimos creerle a la publicidad. Nos convencemos que hay que construir autopistas más anchas, y que es mi derecho ocupar el espacio que ocupa mi auto. A propósito de esta analogía, recuerdo hace poco una frase de Lewis Mumford, sociólogo, filósofo y urbanista norteamericano, que decía: "Aumentar el número de vías de una autopista para reducir la congestión vial, es como aflojar el cinturón para resolver la obesidad".
Pero entonces, si el Estado, que debería ser el encargado de ofrecer soluciones a estos problemas no cumple con su función, ¿cómo se resuelven los problemas de este tipo?
Creo que de esa pregunta surgen dos conclusiones:
La primera tiene que ver con la coyuntura, la respuesta inmediata. Y para los que nos movemos en bici, la solución es casi inmediata: te subís a una bici, y por tu cuenta, pero junto a otros, provocás un cambio. Es como tomar la pastilla roja de Morfeo en Matrix, ya no hay vuelta atrás. En el caso de la industria alimentaria es buscar los medios para empoderarse: informarse, llevar un registro de lo que comemos, con sus calorías y su composición de macronutrientes, etc. Parece difícil, pero hay muchas apps que están disponibles hoy, gratuitamente, para ayudarnos con esta tarea. Al igual que le decimos NO a la industria automotriz, es cuestión de decirle NO a cualquier otra industria que haga de esta una vida más miserable.
La segunda conclusión tiene implicancias más profundas. Adelanté hace un tiempo esta idea, cuando en otra entrada del Blog exponía mis ideas sobre la muerte del automóvil y de la escuela. Ambas son reflejos de la institución moderna por excelencia, que necesariamente está muerta por igual. Me refiero al Estado, como lo conocemos hoy; me refiero a los miembros de una sociedad que delegan en un grupo de representantes la obligación de cuidarse y decidir por ellos; me refiero a esos miembros que se desentienden de su vida cotidiana y se dejan llevar como ganado, sin conciencia crítica, hacia los rincones con escasas salidas que propone el mercado. En todo el mundo veo despertar, tímidamente por ahora, la conciencia de una sociedad que recupera las riendas de su destino. No logro imaginar a donde puede llevarnos este camino, pero sin dudas la muerte del Leviatán representará un nuevo paso hacia la madurez de la humanidad.
Mientras tanto será bueno agradecerle a todas estas industrias perversas que con intenciones canallas no han hecho más que mostrarnos el camino para salir de este "estado" infantil.

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