LAS COSAS NO SIEMPRE FUERON ASÍ
- Profe en Bici

- 21 jun 2017
- 2 Min. de lectura
Hay un viejo cuento de un sacerdote jesuita hindú titulado "El gato del gurú"; en él se cuenta la historia de cierto templo en que el mencionado gurú, para las prácticas del culto de la tarde, ataba a su gato para que no distrajese a los fieles. Muerto el gurú, los responsables del templo siguieron atando al gato durante el culto de la tarde. Lo llamativo fue que cuando murió el gato, los discípulos del gurú llevaron a otro gato para poder atarlo durante el culto vespertino. El autor termina el cuento diciéndonos que, siglos después, se escribieron doctos tratados sobre el importante papel que desempeñaba el gato en la realización de un culto como es debido. Si bien el cuento se refiere a los gestos vacíos de sentido de las actuales prácticas religiosas, lo recordé a partir de unas imágenes que alguien subió a su cuenta de Twitter, en la que se veía a madres en bicicleta llevando a sus hijos, en circunstancias poco seguras. Si bien a nadie le aconsejaría desplazarse en bicicleta sin tomar los necesarios recaudos, y mucho menos si está transportando niños en ella, las imágenes, y los comentarios que otros usuarios hicieron de ellas, me llevaron a pensar en otra cosa... ¿Cuándo fue que las calles se volvieron inseguras para la vida de quienes, adultos o niños, se desplazan en bicicleta? La respuesta no se hizo esperar. Fue en el mismo momento en que a las calles las separaron de la veredas por su cordón, y las convirtieron en "cuasi" exclusivas de vehículos motorizados. Caído en la cuenta de ello, la siguiente pregunta fue ¿cómo puede ser peligrosa la práctica de llevar niños en el caño de la bici, si no hay autos que pongan en peligro esas vidas? Por momentos, lo que parece obvio, lo que se cree así desde tiempos inmemoriales, debería ser discutido. Deberíamos poder volver a pensar qué calles queremos. Para eso, hay que desnaturalizar ciertas prácticas. Tendríamos que ser capaces de no hacer de la víctima un victimario, y adjudicar las responsabilidades, en este caso de accidentes viales, a quienes verdaderamente les corresponde. Quizás tengamos que pensar de nuevo a las ciudades. Y dejar de comprar gatos.

Comentarios