AYUDANDO A CRECER
- Profe en Bici

- 21 jun 2017
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A los 6 años me subí a una vieja Aurorita plegable, que mi viejo reacondicionó dejándola como nueva. Fue mi regalo de navidad del año 1988. Desde ese entonces, no he dejado de pedalear…
La infancia rodó sobre las calles tranquilas de un barrio de casas quintas, en Ezeiza; allí comenzaron las primeras pedaleadas, y tuvo que llegar una hermosa “bici cross”, maravilla de aquella época para animarme a andar sin rueditas; todavía recuerdo la caída en aquella esquina, en donde quise doblar en U por primera vez; será que entre las muchas cosas que nos enseña la bici, una de las primeras es a levantarnos. Como no podía ser de otra manera, la Aurorita fue de nuevo reacondicionada, y la ligó mi hermana para la navidad siguiente.
Recuerdo que ir a comprar algo al centro comercial era toda una aventura. Había que recorrer calles arboladas, atravesar lomas de burro, y nunca faltaba la oportunidad de cruzar una zanja llena de agua; ¡como se la bancaba mi vieja cross amarilla!
La adolescencia llegó con el secundario, y los primeros amores, llevados en aquella Bianchi Grizzly roja. Fue el medio de transporte en una ciudad que junto a mi, empezaba a hacerse grande. Con ella iba al cole, al club, a la casa de los amigos, a pasear un fin de semana… Y después a la facu o al profesorado, a la casa de alguna novia, a hacer las compras al super, a un parque a estar solo y pensar… Fue el tiempo en que entendí que la bici era el medio de transporte ideal para una ciudad como Buenos Aires. Fue cuando entendí qué significaba vivir con otros. Fue el tiempo de crecer.
A la par que sucedían estas cosas, comenzaron a llegar políticas ciclistas a esta urbe. Cuando las primeras ciclovías comenzaron a cruzar la ciudad, y aún las bicicletas públicas estabas en estaciones lejanas a mi casa, yo recorría esos nuevos caminos con mi vieja Grizzly. Allí también entendí que sólo la bicicleta se convertiría en el vehículo de esta ciudad si se acompañaba con políticas públicas e inversión concreta en infraestructura. Y hacer eso implicaba necesariamente quitarle espacio al vehículo.
Pero como los ciclos de la vida son inciertos, y a veces las circunstancias cambian para mal, durante algunos años dejé a mi bici abandonada. Y en detrimento del auto, allí quedó juntando polvo y desinflándose.
Cuando volví a reencontrarme y a reencantarme con ella, dos cosas habían cambiado: la ciudad y yo. En las calles descubría muchísimos más usuarios de bicicletas. Las ciclovías estaban más pobladas, y era hermoso salir a la calle y encontrarme en el camino con gente que había entendido lo mismo que yo. Y hasta hace no mucho creía que eso se debía a la infraestructura en la que se había invertido; pero no solo se extendieron las ciclovías, o aumentaron las estaciones y las bicicletas públicas; no solo se facilitó la compra de una bici propia con créditos accesibles ni proliferaron las comunidades de ciclistas urbanos. También aumentaron la cantidad de autos que circulan por la calle. La demora en un embotellamiento hoy, significa hasta el doble de tiempo en un embotellamiento de hace sólo un par de años. Sospecho que tuvo que ser este otro de los motivos para elegir las dos ruedas en lugar de las cuatro.
Mientras tanto yo, me despedí de aquella compañera, dejé atrás la adolescencia, y el cambio de bici, como no podía ser de otro modo, vino acompañado de un nuevo crecimiento. Mi nueva bici me trajo a la mujer de mi vida. Aquella con quien pensamos casarnos en unos meses y armar una familia que nunca se baje de la bicicleta. Habrá que pensar que en no muchas navidades habré de hacer lo que mi viejo, sin querer hizo conmigo: ayudarme a crecer.

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