¿POR QUÉ ELIJO MOVERME EN BICI?
- Profe en Bici

- 21 jun 2017
- 3 Min. de lectura
Podría en esta primera entrada, contarle que elijo la bici porque me permite llegar antes que cuando uso el auto. O que está de moda. O que es un medio de transporte ecológico y respetuoso con el medio ambiente. Y todas, más alguna otra, en mayor o menor medida, tienen que ver con mi elección. Pero en lugar de detenerme en los motivos que considero más importantes, quiero contarte mi cosmovisión, pues en ella esta el norte en la brújula de mi vida.
Estoy convencido que el hombre es un ser vincular. Su vida se sostiene en los vínculos que pueda establecer con los otros, con la naturaleza, con lo sagrado y consigo mismo. Cuanto más sanos sean esos vínculos, más en armonía será su vida. A la inversa, cuanto más herido este alguno de esos vínculos, menos armonía encontrará. Por otro lado, como es un ser integral, será imposible que pueda vivir en armonía tres de esos vínculos, mientras el cuarto se vea herido.
Ese fue el error de la modernidad. El fortalecimiento del vínculo del hombre consigo mismo, se llevó a cabo en desmedro de los otros tres vínculos. Ese enmascarado “ego-ísmo” de la era moderna, condujo a la destrucción de todo el entorno: deterioro del medio ambiente, olvido de lo sagrado, guerras mundiales, odio, segregación, racismo, sistemas económicos injustos y desiguales, pobreza extrema, agotamientos de recursos naturales… Y la lista sigue.
La escuela es una institución nacida de esa concepción. Obsoleta en nuestro tiempo, peligrosamente destructiva, sin futuro en una sociedad donde los ciudadanos despierten a su conciencia vincular. Es una de las consecuencias que más cuesta aceptar. El Estado es la otra, pero hablaré de ella más adelante.
Yo me defino como docente, o educador. Esa es mi profesión; y estoy enamorado de ella. Me apasiona mi tarea diaria. Pero quizás por mi formación humanista, más me identifico con las escuelas de la antigüedad, como la Academia platónica o el Liceo aristotélico con sus peripatéticos, aquellos discípulos que caminaban con su maestro, despertando su curiosidad, y siendo acompañados en el descubrimiento del saber. Muy lejos del aula, en donde a 30 alumnos encerrados en un cubículo, se los incita a despertar su curiosidad, sobre un mundo que no ven ni los interpela, o peor aún, un mundo que ya ha desaparecido.
La bicicleta es el símbolo de todo lo contrario a ese modelo. Es la expresión de una vida que no está desesperada por llegar antes que el otro, a un destino que ni siquiera nos interesa; es la expresión del contacto con la naturaleza, que nos permite sentir el frío en la cara en una mañana de invierno, el oxígeno que nos regalan los arboles, o el paisaje que nos regala el lugar en donde vivimos. Es expresión del contacto con el otro, que nos permite saludar a nuestro encargado cuando salimos de casa, al policía que trabaja en la esquina, e incluso al taxista que, malhumorado, espera en el semáforo a nuestro lado. Finalmente, es expresión del contacto con uno mismo, pues nos obliga a prestar atención a nuestro cuerpo, a nuestro cansancio, y siguiendo ese camino, nos empuja a encontrarnos con nuestro pensamiento, nuestras ideas, nuestros sentimientos.
Cuando llego a las distintas escuelas en que trabajo, llego en esa sintonía. Y en el pequeño espacio que me deja el sistema para ejercer mi profesión con libertad, fomento en mis alumnos esa conciencia. Y no pierdo de vista que lo hago, porque yo estoy en ese lugar. Porque esa es mi cosmovisión. Porque según ella intento vivir mi vida. Y mi profesión no es un apéndice, sino parte constituyente de ella.

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